Leonardo Farkas Ira al Espacio




Leonardo Farkas, corbata rosada, terno oscuro, mujer platinada, Estadio Nacional, Teletón 2008, chillidos del público, Farkas presidente, Farkas, dame plata, Farkas, mirando a Don Francisco, grita: "Les quiero dar mil mi-llo-nes de pe-sos". Dos años después dirá que, después de esa noche, a los 41 años, descubrió que ya no le quedaba ningún sueño por cumplir.

Un chileno, un mexicano y un brasileño. Como en los chistes. Un chileno, un mexicano y un brasileño quieren ir al espacio. Un chileno, un mexicano y un brasileño son los únicos latinos que han comprado su ticket a Virgin Galactic para viajar en la nave Space Ship Two. Como en los chistes, el chileno siempre hace algo distinto: es el único de los tres que paga, de inmediato, una cantidad de plata que no confiesa ("El New York Times dice que pagué más de 400 mil dólares. Pero pagué mucho, mucho más") para poder estar entre los cien primeros pasajeros y poder ser -claro- el primer latinoamericano en viajar. El único de los tres, el chileno, el que hace público que se va a subir a esa nave.
Ya hay 370 pasajes comprados. Uno es de Victoria Principal -actriz-, uno es de Stephen  Hawking -científico-, uno es de Russell Brand -humorista-, y uno es de Leonardo Farkas. Los otros, casi todos los otros, son de personas que prefirieron dejar sus nombres en silencio.
Alguien excéntrico, alguien aventurero, alguien que mire el mundo con el interés de un niño, alguien que quiera trascender con un hito histórico. Ese alguien, dice Felipe Castro, representante de Virgin Galactic en Chile, es perfecto. El perfecto cliente para el primer vuelo pagado al espacio.
Leonardo Farkas está sentado con todo lo que lo hace ser Farkas: el reloj enorme de oro que Cartier hizo especialmente para su muñeca dorada de sol, las colleras de diamante con sus iniciales, las iniciales en su camisa ("I'm proud de ellas"), el pelo que tiene largo desde los quince años y que sólo él o su mujer cortan ("Antes no tenía el pelo crespo. Un día me salí de la piscina y se me secó así"), la corbata dorada, el traje oscuro, los dientes blancos ("Sí, me los blanqueé"). Todo muy Farkas, menos su cara, que siempre fue redondita-rosada y ahora es la de un hombre que ha bajado 11 kilos.
Fue así: en Estados Unidos, a punto de subirse al simulador de vuelo al espacio, se arrepiente ("Me mareo"). Le hacen exámenes para ver si puede viajar y le encuentran el colesterol alto, los triglicéridos altos, un etcétera infinito de altos y lo ponen a dieta. Pasa de una vida llena de mayonesa, foie gras de pavo, caviar, erizo, vino, pisco sour y muffins a una sin azúcar, pan integral al desayuno, helados light del Coppelia y una copita de vino -a lo más- por las noches. Pasa de no hacer nada a tener un entrenador personal, jugar raquetball y tenis. Pasa de los 84 a los 73 kilos en seis meses. Pasa de hacer una de sus cosas favoritas: comer  ("Tengo los mejores chefs de Chile") a hacer una que no le gusta nada: no comer.   
Todo, por una razón.
-Yo no tenía muchas ganas de ir al espacio. Le pregunté a mi señora y a ella le gustó la idea. Le dije: 'vamos separados'. Y ella: 'no, vamos juntos'. '¿Y si nos pasa algo allá?'. 'Bueno, va a ser una historia romántica'. Me convenció. Además que, como soy muy religioso, digo: 'Que sea lo que Dios quiera'.
Dios ha querido que Leonardo Farkas, que todo lo puede, no pueda controlar sus mareos. Mareo, si va en la parte de atrás de un helicóptero. Mareo insoportable si va en una montaña rusa ("ya no me subo"); mareo, si el yate se detiene ("tengo que tirarme al agua"); mareo, si en auto no va manejando él, y mareo, si es copiloto y no va mirando hacia adelante, con aire acondicionado. Pero él, que se marea, y que nunca jugó con avioncitos de chico, va a ir al espacio.
Todo, por otra razón.
-Por ahí vi que decían: 'Farkas no va a ser el primer chileno'. Y si-go sien-do el pri-mer chi-le-no. Pero lo que me gusta es ser el primer sudamericano. Para darle a Chile algún, no sé, algo de que fue el primer país que mandó a alguien al espacio. Darle a mi país algo.
Su país: el pueblo. No "los ricachones".
"No les tengo mucho cariño a los medios, a la farándula, a muchos de los ricachones que manejan al país, porque me han inventado cosas falsas. Eso a mí me dolió. Yo soy un hombre bueno. Soy un hombre religioso. Me llegaron demandas por ahí por ayudar a los pobres. Todo, porque quise entrar al ambiente político. Yo no quería, pero dije: 'bueno, lo voy a pensar'. La gente me decía: 'por qué no eres Presidente' y yo, siempre: 'no, no, no'. Me decían: 'pero cómo, cómo si tienes tanto, cómo eres tan maleducado, cómo ni siquiera lo piensas'. Mi papá tampoco era político, pero dije: 'Ya, lo voy a pensar. Y en un mes que digo 'ya, lo voy a pensar', ya llevaba el siete por ciento en la encuesta CEP. Ahí me empezaron a llegar demandas y cosas por todos los lados. Fue como el infierno. Tenía que tener veinte abogados para ayudar a los pobres, salían mentiras en los diarios, como que yo robé. Si soy el filántropo más grande de Chile, estoy ayudando a los pobres con mi plata, pero decían: 'No, que quiere esto, que quiere lo otro'. Por eso yo quedé con un mal sabor en la boca. Como la Mónica Lewinsky".
Sonríe, por la broma amarga, un hombre herido.

El auditorio soporta a 1.200 personas. No cabe nadie más. Farkas se pasea y escucha los aplausos de 1.200 alumnos de la Universidad Federico Santa María. Les hablará de filantropía. Ahí, en el escenario -el traje oscuro, la corbata luminosa- tiene algo de humorista, algo de encantador, algo de predicador evangélico, con un acento indefinible, que no es de Chile, que no es de Estados Unidos, que no parece de este mundo.
Repite lo que ha dicho y dirá cuando lo entrevistan. Lo que dice siempre. Que no le gusta la política, ni los políticos, ni la prensa, ni los millonarios. Que él es bueno, que ayuda a los pobres y que no entiende a quienes no lo entienden. Los alumnos se reirán con cada uno de sus chistes. Andrés Momberg -de la comunidad Farkas- dirá que es a alguien como a Leonardo a quien quieren los jóvenes y, Farkas, tendrá la soltura que no tiene entre los empresarios. La soltura que sólo alcanza cuando regala plata, cuando habla de todo lo que ha hecho, cuando cuenta todo lo que tiene, cuando dice su auto, un Rolls Royce, es el más caro de Chile.  

Despegará del aeropuerto. No sabe el día exacto. Tal vez sea uno de sol en el desierto que es Nueva México. Arriba, en el cielo, la nave pequeña se desprenderá de la nave madre y seguirá un camino propio a cuatro mil kilómetros por hora y, en noventa segundos, estará más allá de la Tierra. Entonces, Leonardo Julio Farkas Klein, en el asiento 88, sentirá algo que nunca ha sentido: su cuerpo liviano. Tan liviano que, por seis minutos, ya no pesará nada. Mirará por la ventanilla, diez kilómetros sobre la Tierra y, ahí, en lo alto, ninguna de las cosas pequeñas de este mundo podrá alcanzarlo.

Fuente: elmercurio.cl

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