Era un caso de ésos. La computadora se apagaba. Así de simple. Por supuesto había empezado a hacerlo esa semana en la que esta amiga mía necesitaba terminar un trabajo urgente. La vida es así. Y las computadoras no ayudan.
No tenía tiempo de llevar el equipo al técnico, pero la situación empeoraba con los días, a medida que se acercaba la fecha de entrega de su trabajo. Ahí me llamó y me pidió ayuda. "¿Tenés una aspiradora?", le pregunté. Esto la desconcertó, porque se hizo un breve silencio. Había dos opciones: o le estaba tomando el pelo o no había entendido que era una consulta sobre computadoras y no, por ejemplo, sobre limpieza del hogar. "Sí, tengo", terminó por responderme, no habiéndose decidido por ninguna de las dos posibilidades. "Y dejame adivinar: la computadora la tenés en el suelo, ¿no?" También la respuesta fue afirmativa en este caso.
Lo habría apostado, mire.
Ahí revelé mi plan. Era síntoma de exceso de temperatura. Cuando una PC se apaga sola es casi siempre porque unos sensores distribuidos por el motherboard han detectado que hace demasiado calor para que sea seguro seguir funcionando para la electrónica y entonces pone fin al asunto de la única manera que una computadora sabe hacerlo: se apaga. Es un poco perturbador. No hay mensaje de error (no evidente, al menos) ni el clásico cuelgue que, hasta cierto punto, ya hemos incorporado a nuestro folklore moderno. No. La máquina se apaga sin aviso.
Concluimos que hay una falla eléctrica. Pasamos cinco minutos ajustando cables. En ese período la electrónica se enfría un poco. Encendemos el sistema y todo está bien de nuevo. "¡Eran los cables, claro!", establecemos con alivio. Quince minutos después se nos apaga de nuevo.
La solución aquí es llevar la computadora al técnico y que haga un trabajo de limpieza profesional. O hacerlo nosotros. Si contamos con los medios, la destreza y el conocimiento sobre electricidad para no sufrir un accidente potencialmente fatal. Es decir: no haga esto en su casa si no puede cambiar un enchufe sin ayuda.
¿Pero qué ocurre si es domingo, hay que entregar un trabajo al día siguiente y, definitivamente, no sabemos cambiar un enchufe sin ayuda? Sacamos la aspiradora.
Le indiqué que -con cuidado- pasara la aspiradora por todas las rendijas del equipo, especialmente donde viera u oyera un ventilador. Esto, con la PC apagada y desenchufada de la corriente, por supuesto. Cortamos y mucho me temo que se quedó con la sensación de que este columnista había tomado la medicación equivocada.
Pero no. Unos días después le pregunté cómo le había ido y si había llevado la máquina al técnico. "No hizo falta, tenías razón, lo de la aspiradora funcionó".
Al revés de lo que se piensa, este no es un percance que le ocurre al negligente o al que no limpia bien su casa. Le ocurre a todo el mundo porque el gabinete de una PC opera como una aspiradora. Toma aire por el frente y lo hace circular por el interior hasta que es expulsado por los ventiladores de atrás. Es inevitable que se llene de pelusa y polvo, se obturen las rendijas y, a la larga, el calor empiece a ser disipado cada vez con menos eficiencia. Y si no me cree, mire la siguiente historia.
Oíme un poquito
Una colega aquí en la Redacción me lanzó aquella mañana un ultimátum a causa del ruido. Ruidito, mejor dicho. Agudo, insidioso, enajenante.
En efecto, una de mis computadoras, la que uso para hacer pruebas de software y hardware, estaba emitiendo un zumbido nuevo. Como está en el piso (las similitudes no son casualidad) y mi escritorio (el real, no el de Windows) queda en el medio, no noté el dichoso son de tábano hasta que mi colega me lanzó su advertencia. O arreglaba eso o la maquinita iba a terminar estrellada sobre Bouchard.
En realidad, me lo pidió de una forma muy diplomática, pero el ultimátum es la parte novelada que nunca debe faltar.
Por desgracia, esa computadora está todo el tiempo haciendo algo, y pasaron varias semanas sin que encontrara un minuto para ocuparme del asunto. Hasta que otra mañana, cuando la Redacción estaba más silenciosa y el zumbido había ido aumentando hasta el punto en el que mi escritorio ya no alcanzaba para bloquearlo, decidí que era hora de hacer algo por mi colega, que estaba dando muestras de desórdenes nerviosos.
Como aquí no tengo herramientas, llamé a la Mesa de Ayuda y pedí socorro. Creí, con una ingenuidad a toda prueba, que vendría alguno de los muchachos con un destornillador y un tubo de aire comprimido. Pero llegó con las manos vacías y esa expresión que significa Apagá todo que me vengo a llevar la computadora.
El problema de ventiladores y rendijas tapadas de mugre es tal que en una empresa con muchas computadoras no alcanza con el típico tubo de aire comprimido. "Tengo que llevarme la máquina, no puedo subir el compresor", me explicó, cuando le pregunté por qué no hacíamos la reparación in situ.
"Claro, muchacho listo -pensé-, cuando hay cientos de computadoras se necesita hacer limpieza de forma industrial, con un compresor de aire." Sentirse un tonto viene bien de vez en cuando para mantener los niveles de orgullo bajo control. Apagué todo, desconectamos, cargó la compu y sólo atiné a pedirle que hiciera el trabajo lo más rápido posible. Volvió a la media hora. El zumbido había desaparecido.
Carrera contra el calor
Esto ocurrió hace más de siete años y ya salió en esta columna, pero merece figurar en esta breve colección de historias de computadoras y (¿cómo decirlo?) medio ambiente. Un día estaba descargando tensión con uno de mis pocos juegos favoritos, el Flat Out, que es un rompecoches básico y con menos sutilezas que un directo al mentón, cuando de pronto la máquina se reinició. Pensé de inmediato en un bug, un error de programación del jueguito. Lo intenté de nuevo, y otra vez la máquina decidió volver a fojas cero. Bien, posiblemente fuera el juego. Para salir de dudas probé con el Flight Simulator, que había dejado andando horas en esa computadora. Nuevo reinicio.
Pero noté algo más. El soponcio informático había ocurrido en los tres casos tras más o menos el mismo tiempo de juego. No era el Flat Out. Era algo en la máquina. Casi seguro un chip de memoria mal. Pero había otra posibilidad, que decidí verificar primero. Entre otras razones porque los chips de memoria no se rompen solos. Los ventiladores, sí.
Apagué el equipo, saqué la tapa lateral, lo puse de costado, volví a enchufar los cables y lo encendí. Ahí estaba. Quietito, insignificante, difícil de ver porque quedaba apuntando hacia abajo, pero letal: el ventilador de la placa de video había pasado a mejor vida y, claro, tras diez minutos de trabajar al máximo la placa de video empezaba a hacer lo que hace la electrónica digital bajo los efectos del calor. Esto es, enviar información totalmente corrupta. Llegaba un punto en que todo el sistema entraba en pánico y se reiniciaba. Al día siguiente compré un repuesto en un negocio del rubro y la placa volvió a funcionar como debía. Todavía está trabajando como servidor de impresión esa máquina, ahora que lo pienso.
El insecto en la máquina
Esta vez la consulta llegaba por Twitter. A pesar de los escasos 140 caracteres, el pedido sonaba desesperado. No era para menos. Un bichito se había metido en el LCD y había quedado atrapado entre la lámpara y el panel, de modo que se veía su sombra, pequeña pero imposible de soslayar, caminando por la pantalla.
Estuve tentado de sugerir, de nuevo, la aspiradora. Pero me daba pena. Soy de los que no matan ni una mosca. Literalmente. Y entonces, literalmente, se me prendió la lamparita. Le mandé un mensaje por Twitter con estas instrucciones: apagá el monitor y la luz de la habitación y poné una lámpara fuerte apuntando a la parte de atrás de la pantalla, donde están las rendijas (esas por las que, evidentemente, el bichito se había metido).
Mi razonamiento fue el siguiente. Casi todos los insectos voladores (o todos, no sé mucho de entomología) son fototrópicos. Este es el motivo por el que en una noche de verano se ven las luces del alumbrado público rodeadas de bichos. De hecho, según recuerdo, los pobres quedan atrapados en un loop infinito del que sólo los libera el agotamiento y, en general, la muerte. Mi plan era aprovechar ese tropismo para obligarlo a salir de la pantalla. Luego de pasarle mis instrucciones, me fui a dar clase.
Tarde a la noche, cuando regresé y volví a conectarme, descubrí un mensaje que decía: ¡Lo de la lámpara funcionó!
Lo de los bichos y las computadoras no es nuevo. De hecho, la palabra bug (error de programación) tiene una larga tradición en informática. No fue, como se cree, Grace Hopper quien acuñó el término. Al parecer Thomas Edison es quien en una carta empleó la palabra Bugs (entre comillas) para describir los problemas mecánicos en alguno de sus inventos. El término vuelve a aparecer en la publicidad de un juego de pinball en 1931, del que su fabricante dice que "está libre de bugs". El mismo término se usará luego, durante la Segunda Guerra Mundial, para hablar de los problemas de electrónica de los primeros radares.
Por eso cuando los operadores de una de las primeras computadoras electromecánicas, la Mark II, encontraron el 9 de septiembre de 1947 una polilla pegada a un circuito les pareció divertido. "Primer caso de un bug (bicho) real encontrado en una computadora." La página del libro de registros con esta anotación y el bicho todavía pegado allí con cinta se puede ver aquí: http://en.wikipedia.org/wiki/File:H96566k.jpg
Fuente: lanacion.com.ar